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A memoria de Fernando Lozano Galindo

  • Por Mario Mora Legaspi
  • 11 sept 2017
  • 5 Min. de lectura

AGUASCALIENTES, Ags., (OEM-Informex).-De pronto los recuerdos se agolpan en mi mente y en mi corazón, inundando todo mi ser de infinita nostalgia y tristeza por tu partida. Sé que ahora estás en un lugar mejor, al lado de tu señor padre –a quien tanto añorabas-, de tus otros seres queridos que se fueron antes que tú, pero también estoy cierto que fuiste recibido por nuestros amigos, entre ellos, tu querido compadre Marco Antonio Oliva Cuevas, quien se nos adelantó hace cinco años.


Pedro Fernando Lozano Galindo, que era su nombre completo, fue un auténtico periodista desde los pies hasta la cabeza, un hombre que vivía y sentía la noticia, quien dedicó su vida a ejercer la profesión más bonita del mundo: el periodismo. Pero también no exenta de ingratitudes y sinsabores.


Al igual que el que esto escribe, Fernando siguió la carrera de su señor padre, Pedro Lozano Balderas, quien en la década de los cincuenta del siglo anterior fue uno de los grandes reporteros de este Diario. Y unos años más tarde, tal y como lo hicieron muchos otros y otras colegas, emigró a la Ciudad de México para enrolarse en la prensa de la capital del país. Aguascalientes ha sido cuna de grandes periodistas que brillaron con luz propia en la llamada prensa nacional. Y Pedro Lozano fue uno de ellos.


Desde temprana edad Fernando se movió en la redacción de un periódico, primero, acompañando a su padre, y tiempo después, haciendo sus pininos como reportero. En la brega diaria rápidamente adquirió experiencia, pues como joven informador le tocaba cubrir la pesada guardia nocturna, conocida como la “caballona” que se prolongaba hasta las primeras horas del siguiente día, además de vacaciones y ausencias de sus compañeros, por lo que tuvo oportunidad de cubrir muchas fuentes informativas, de especializarse en numerosos temas y de desenvolverse en diversos sectores, incluso en la fuente policiaca de la Ciudad de México donde se foguean los grandes informadores.

A finales de la década de los setentas, luego de la muerte de su padre, la familia Lozano Galindo decidió regresar a Aguascalientes. Y Fernando encontró acomodo en la redacción de este Diario, donde permaneció poco tiempo, porque decidió formar parte del equipo fundador de una nueva publicación: Hidrocálido, bajo la dirección de Agustín Morales Padilla, quien dio vida y forma a este proyecto periodístico en octubre de 1981.


Y desde entonces Fernando fue un auténtico pilar de la información, siempre llevando bien puesta la camiseta de su casa editorial. Eran otros tiempos, cuando los diarios dominaban el escenario informativo, no había todavía redes sociales, qué esperanzas.


En ese ambiente nació y creció una gran amistad personal, pero también una competencia profesional muy singular por ganar la de “ocho”, la nota principal del siguiente día, sobre todo entre quienes cubríamos la fuente informativa del Gobierno estatal: Fernando Lozano por Hidrocálido; Salvador Rodríguez por El Heraldo, Marco Antonio Oliva Cuevas por canal 10 y luego canal 6, y un servidor por EL SOL DEL CENTRO. Éramos, por decirlo de alguna manera, amigos y rivales. Amigos entrañables pero rivales a más no poder, cada quien defendiendo y haciendo valer su medio informativo.


Por años nos veíamos a diario en Palacio de Gobierno o en algún evento oficial, anduvimos juntos en decenas de giras de trabajo por la ciudad y los municipios, pero siempre nos cuidábamos unos a otros para evitar que uno de nosotros se llevara la exclusiva, aunque era tarea menos que imposible, cada quien se las ingeniaba para hacer lo suyo. Y también coincidíamos como reporteros de la fuente en el Congreso del Estado.


Cualquier motivo era pretexto para reunirnos, para reportear, para charlar, para ir a desayunar o para ir a tomar la copa. Lo importante era estar juntos.


Cuántas anécdotas y cuántas vivencias, muchísimas, faltaría todo el espacio de un periódico para contarlas todas. Algún día habrá oportunidad de compartirlas.

Siempre fiel a su periódico, hasta el último hálito de su vida, prueba de ello es que nunca dejó de escribir, Fernando fue guía y mentor de muchos periodistas. Jamás escatimó el consejo ni la orientación a las nuevas generaciones de informadores.


Me gustaba escucharlo cada lunes por la mañana cuando comentaba el acontecer político en Infolínea con José Luis Morales, siempre atinado y mordaz. Dejó de colaborar hasta hace algunos meses cuando se recrudeció su malestar, su adicción al tabaco había hecho estragos en su organismo, pero seguía escribiendo para Hidrocálido, incluso durante las últimas semanas lo hizo recluido en su hogar, pero siempre al pie del cañón. Como los grandes soldados, no abandonó la trinchera. Periodista hasta el último segundo de su vida.


Soportó con estoicismo su enfermedad, siempre con gran entereza, como muestra clara de su espíritu indomable.


Ayer domingo fue un amanecer distinto. Algo en mi interior me decía que no sería un buen día. En efecto, apenas unas horas después me llegó la noticia sobre tu deceso. Me cuesta trabajo digerirla, no concibo que esto haya sucedido.


Tuve que comunicarle la mala nueva a otro amigo tuyo, Salvador Rodríguez. Fernando, recuerdas cuántas veces hicimos bromas a costa de Chava y nos reíamos a tambor batiente junto con Marco Antonio Oliva, mientras Salvador nos fulminaba con su mirada al tiempo que nos decía su frase más despectiva: “babosos”. Siempre propio, introvertido, a Salvador nunca le hemos escuchado decir una palabra altisonante, sin importar cuál fuera la contrariedad o el alcance de la broma.


Éramos cuatro amigos personales, pero feroces competidores. Lo mejor fue que nunca confundimos una cosa con la otra, cada quien ponía lo mejor de sí para llevar la información más oportuna a su respectivo medio. Era auténtica competencia.


Y se valía de casi todo como cuándo un servidor los “reporteó” a ustedes para sacarles los datos de una información que por angas o por mangas un compañero mío no había cubierto para este Diario y por tanto no teníamos la nota. Cuando me informaron todo lo relacionado con un nuevo programa de vivienda, se percataron que les había sacado toda la sopa y más cuando de pronto me retiré del lugar donde nos encontrábamos tomando una cerveza para regresar presuroso a la redacción a escribir la nota. Fue una de cal por las que iban de arena, aunque tardaron días en perdonarme.


Por ahora no puedo escribir más, son tantos los recuerdos aprisionados en mi cabeza que me impiden pensar con claridad. Y la tristeza me invade por doquier. Su recuerdo lo mantengo y mantendré incólume, siempre vestido de traje, armado con su libreta y su grabadora, y luego con los nuevos dispositivos electrónicos.


Fernando te doy las gracias por tu amistad y por tu ejemplo. Trabajar muchos años juntos en la actividad reporteril en busca de la de “ocho” fue todo un privilegio, porque profesionalmente nos enseñó a superarnos en todos los sentidos. Y a nivel personal faltan palabras para describirlo. Varias veces –junto con Salvador y con Marco Antonio- nos dijimos que nuestra amistad era para siempre.


Y efectivamente somos amigos para siempre… hasta la eternidad.


¡Buen viaje querido amigo y compañero de mil batallas!


 
 
 
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